sábado, 5 de noviembre de 2011

LOS JUEGOS DE LA INFANCIA

En las noches hay bonitos fuegos y durante el día las corrientes de aire caliente que ascienden facilitan el volar cometas, cometas que sin embargo no elevamos porque primero los familiares dijeron que no y luego no había con qué hacerlas y, en fin, otras cosas nos preocupan. Antes debíamos ir mucho a la escuela y acostarnos temprano, pero ahora que no hay escuela todas las horas nos pertenecen y aun las de las noches, cuando es malo dormirse por más sueño que uno tenga. Antes tanta soledad que tenías en tu mundo de niño y la poca esperanza de que los mayores condescendieran a participar en los juegos, y ahora todos juegan, no hacen más que jugar desde el día en que bajaron los aviones de los cielos y comenzaron estos largos escondites entre los árboles, donde mamá, o papá, por ejemplo, a veces se hacen un ovillo y tras el follaje y con los ojos te suplican no hagas ruido, no dejes que vean donde estoy, o a veces la tía también juega y se separa de nosotros y se esconde tan bien que nunca la encontramos, de manera que podemos imaginárnosla dentro de un cráter, con los ojos cerrados, contando primero hasta cien, después hasta mil, finalmente hasta un millón, hasta acabarse los números que enseñaban en la escuela antes de la mañana en que nos dijeron que la escuela se había vuelto humo y cenizas y pensamos que habían volado hasta los cielos y se habían perdido sin remedio todas las letras, los números y los dibujos del mundo que estaban guardados en ella.
También es bueno jugar a las adivinanzas. Qué de misterios encierra un trozo de tela chamuscada que cae de los cielos, preguntarse se vistió a una niña o a una muñeca, qué de curiosidades en las cenizas que llueven constantemente, discutir si fueron de cosechas de arroz o de cebada, qué de perplejidades, en este largo juego de viaje, despierta el hallazgo de las ruinas de un pueblo en el cual no quedan habitantes a quienes preguntar el nombre, y entonces aventurar: era el pueblo de la tía abuela, porque todavía queda algo de la colina en el norte, o bien: era el pueblo del primo segundo, porque hay anzuelos fundidos en lo que fue el cauce del río. O bien, apostar sobre la ruta de los aviones en el cielo: darán la vuelta y envenenarán el norte. Están de regreso, han incendiado el sur. No, van al oeste, contaminarán los lagos. No, vuelven al este, esterilizarán los bosques. Qué de variado este largo juego de escondites y de desapariciones, con niños nuevos que salen a veces de escondrijos que no pensábamos y niñas conocidas que no vemos más; qué de diferencias entre los que nos acurrucamos en las noches y los que amanecemos. Qué soledad, por fin, ahora que se han escondido todos, todos, y después de contar hasta cien, por días y por días vagas buscándolos por el país en el que llueven rojos tizones, pavesas de cuadernos y cenizas de rasgados velos nupciales.
(Rajatabla)

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