domingo, 5 de septiembre de 2010

(IN)SEGURIDAD



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La seguridad, decía Montesquieu, es el primer bien, porque sin él los demás no existen, y presenta dos aspectos: ella misma, y la percepción que de ella el ciudadano tenga. Exacerbando la percepción de inseguridad se disparan los mecanismos del pánico y la agresión de la mente sauriana. Con ellos se crearon los fascismos. Desactivarlos es salvarse.

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La prensa publica cifras extraoficiales del CIPC según las cuales el número de homicidios por año habría saltado de 5.968 en 1999 a 13.978 en 2009. Para mayo de 2009 la Wikipedia nos asignaba una tasa de 48 homicidios anuales por 100.000 habitantes, lo cual nos categorizaría como el sexto país del mundo en frecuencia de tales hechos ¿Qué significa “cifras extraoficiales”? ¿Se incluyen en ellas muertes violentas en accidentes de tránsito? ¿Se las relativiza con el incremento de la población, de casi un tercio desde 22 millones de habitantes en 1999 a 28.835.849 en 2010? En todo caso, los números son indicios de un problema real, que antes que negar cabe analizar y remediar.

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Los niños nacidos y formados durante el gobierno bolivariano están por cumplir diez años. Sus crímenes no exceden de robarle la merienda a un compañerito. La estadística delictiva es nutrida por personas nacidas y formadas durante la Cuarta República. Sus defensores escupen hacia arriba al culpar al proceso por los actos de una generación que se formó mientras ellos estaban en el poder.

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La dificultad de controlar una frontera de más de dos mil kilómetros ha permitido una penetración paramilitar que denunciamos hace tiempo. El año antepasado, el Presidente reconoció que la invasión llegó a Caracas. Los infiltrados cobran vacuna y montan alcabalas, suplantan al hampa criolla, asesinan dirigentes agrarios y sindicales, reducen al pavor a las comunidades mediante crímenes horrendos y legitiman sus capitales mediante bingos, casinos, salas de juegos y prostíbulos apadrinados por lo más corrupto, amoral y nauseabundo de las autoridades. Según el Informe 1998-2000 de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, Colombia presentaba para entonces una tasa de 61,7847 homicidios por cada 100.000 personas, la más alta del mundo y más del doble de la de 31,6138 por cada 100.000 personas que entonces mostraba Venezuela. Alguna computadora mágica serruchó después la tasa de Colombia reduciéndola a 37 y elevó la nuestra a 48. Son cifras para pensar, verificar, rectificar y actuar.

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Pero no se trata de un problema meramente cuantitativo. La presencia de organizaciones delictivas con formación, disciplina y financiamiento militares facilita una criminalidad cualitativamente distinta. Los datos que ingenuamente aportamos al Seniat sobre nuestra situación económica al día siguiente aparecieron vendidos por los buhoneros en disquetes que eran bases de datos para la selección de víctimas. Delincuentes con falsas credenciales de la administración tributaria inspeccionaron las cuentas de un empresario cuyos hijos fueron secuestrados; criminales uniformados como policías interceptaron el auto de los desdichados. La telefonía celular y los cajeros automáticos son instrumentos de nuevos fraudes y novedosas estrategias como el llamado secuestro Express. El robo de vehículos se sustenta en cadenas de depósitos de chatarra enteramente conocidos que despiezan y reciclan la mercancía, y en mafias de funcionarios que falsifican sus títulos de propiedad.Venezuela no produce drogas, pero organizaciones supranacionales tratan de utilizar nuestro territorio como vía para el tráfico. Los diarios colombianos recogen las confesiones del narcotraficante Hernando Gómez Bustamante (alias Rasguño), detenido en Cuba y entregado a Colombia, cuyo computador "podría contener las pruebas que vincularían a algunos de los jefes desmovilizados de las AUC, detenidos en la cárcel de Itagüí, con actividades de narcotráfico posteriores a la dejación de las armas" (El Colombiano, 23-3-2007, 8ª). «Rasguño» afirma en ese diario que "Venezuela es el templo del narcotráfico. Hay una conjugación de venezolanos, colombianos, brasileños. Es muy fácil traficar porque allá no consiguen a nadie". Se trata de una guerra en forma, contra un enemigo militar o militarizado. Antes de emprenderla, hay que limpiar la casa.

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Mientras, según la Organización Panamericana de la Salud, en Cuba para 2003 la tasa de mortalidad por agresiones fue de 0,0057 por 1.000 habitantes (641 personas anuales). Ello explica todo. Se recurre a la violencia para obtener o conservar un bien cuando los restantes procedimientos fallan. En sociedades donde una ínfima minoría acapara los bienes indispensables, las mayorías desposeídas optan entre violencia o inanición. Si un sistema comunicacional las convence veinticuatro horas al día de que sólo quien tiene vale, la violencia se convertirá en valor.

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Contra la violencia en sociedades desiguales no valen trapitos calientes ni remedios peores que la enfermedad. Descartemos los “operativos” de Caldera que implicaban la detención masiva de un barrio por el delito de ser pobre. Desechemos el amarillismo que se refocila con imágenes de cadáveres. Recomendemos el desarme, pero que den el ejemplo neofascistas y paramilitares. Aceleremos la integración de la Policía Nacional, que convierte en un solo organismo coordinado la miríada de milicias feudales a las órdenes exclusivas de los caudillos locales. La cura contra la delincuencia es sencilla, pero amarga para quienes más escandalizan contra ésta. Es exactamente lo que la oposición aborrece: subsanar la extrema desigualdad social.


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